Por: Juan Battaleme, Profesor de la Escuela de Política, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Austral.
La Guerra Fría tuvo una característica común a toda dinámica de rivalidad entre los grandes poderes, presente en la actualidad. La primera línea de ese enfrentamiento es ejecutada por los profesionales de la inteligencia, que cubren un espectro tan amplio como específico: desde la inteligencia humana, de señales, electrónica, cibernética y hasta las imágenes. Los datos que se obtienen son parte de un rompecabezas que, eventualmente, sirve para lograr ventajas estratégicas en un ambiente donde la seguridad internacional se degrada a pasos agigantados.
Joe Biden y Xi Jinping se mueven en el delicado entramado que las interacciones de sus espías, humanos o robóticos, generan. Mientras el secretario de Estado, Antony Blinken, suspende un viaje y Biden se compromete a llegar al fondo de la situación en relación con el despliegue de globos, “sigiloso” el Departamento de Defensa define la visita de Michael Chase, subsecretario de Defensa para China, a Taiwán, siendo esta la primera visita en 40 años de un alto funcionario a la isla.
El eco que dichos avistamientos, y posterior derribo, generaron no hace más que reflejar el estado actual de la relación bilateral entre China y Estados Unidos, que, a esta altura, podemos considerar una “Guerra Fría 2.0″.
Habría que retrotraerse hasta abril del 2001 para encontrar un incidente similar entre ambos poderes. A comienzos de la administración Bush (h), un avión de reconocimiento EP-3 fue envestido por un J-8II de China sobre la isla de Hainan.
La irrupción de la era de los vuelos no tripulados permite conducir este tipo de operaciones de vigilancia, reconocimiento e inteligencia con menores costos, tanto económicos como políticos. Al fin y al cabo, cuando se derriba un avión comienza un largo y complicado proceso de recuperación de la tripulación –viva o muerta–, además de los problemas de tener en prisión a un piloto-espía y las cuestiones de imagen interna e internacional que ello conlleva.
La razón principal por la cual se utilizan globos es la persistencia que estos tienen, ya que pueden operar cerca de 100 días en alturas que varían de los 20.000 y 30.000 metros, más lejos que la altura promedio de los vuelos comerciales. Además, pueden permanecer sobre el objetivo durante más tiempo que los satélites o los aviones no tripulados y obtener mayor detalle en aquello que se investigando.
Si bien son detectables, su derribo presenta alguna complejidad, por empezar en los costos, ya que los misiles necesarios para hacerlo cuestan varias veces más que los propios globos. Son baratos de operar, predecibles y recuperables en tanto usan la atmósfera a su favor. Ambos países son usuarios de larga data de este tipo de artefacto. China hizo público su empleo en 2018, como parte del programa de misiles hipersónicos. Aunque luego mantuvo su uso de manera reservada en orden de mantener la política conocida como “fusión civil-militar”, en tanto conducen operaciones que en la superficie son civiles, mientras que tienen un trasfondo militar. Puesto en otros términos: es la capacidad de denegar de manera plausible que aquello que se hace no es realizado por los militares.
En este caso, desde Pekín bien podrían decir que los globos tienen una finalidad civil como el “análisis del clima”; aunque el dueño de estos sea la Fuerza de Apoyo Estratégico la cual comanda todas las actividades inteligencia y recolección de datos que hacen al ciberespacio, el espacio ultraterrestre y la atmósfera para las fuerzas militares de ese país en caso de un eventual conflicto.
Estados Unidos tampoco se queda atrás en el uso de estos modernos artilugios. La NASA los utiliza en sus actividades espaciales desde los años 50. El Comando Sur, en 2019, comenzó a emplearlos para monitorear las rutas del narcotráfico y también en materia de asistencia frente a desastres naturales en países como Panamá, Colombia, América Central y el Caribe.
También el Departamento de Seguridad Interior para controlar el crimen en las calles de ciudades norteamericanas y probarlo como sistema de comunicaciones, tal como fuera autorizado por la Comisión Federal de Comunicaciones.
El auge de este tipo de operaciones y actividades está directamente vinculado con el final de la estabilidad nuclear militar estructurada en una serie de tratados que brindaron previsibilidad al mundo nuclear bipolar: el tratado de misiles antibalísticos; el tratado de Fuerzas Nucleares Intermedias, esenciales para prevenir la proliferación de misiles de corto y mediano alcance, y, finalmente, el tratado de Cielos Abiertos (Open Sky Treaty) que habilitaba a realizar vuelos de reconocimiento desarmados a los efectos de controlar instalaciones vinculadas a la infraestructura militar nuclear, lo cual era clave como parte de una serie de medidas de confianza mutua que buscaban desactivar el dilema de seguridad que afectó las percepciones y las acciones durante la guerra fría.
Como señalan analistas militares de ambos lados de la contienda, existe una ventana potencial para un choque entre ambas potencias que comienza a situarse entre el 2025 y el 2027 con pronósticos que llegan hasta 2040, inclusive. Asimismo, se agrega una cuestión adicional: en un mundo donde las capacidades para la obtención de inteligencia son cada vez más costosas, China vuelve a probar que dispone en el mercado de medios lo suficientemente aceptables para ofrecer a países que carecen, inclusive, de la capacidad de obtener drones o satélites de mayor grado de sofisticación. Esta semana de globos, no es otra cosa más que el reverdecer de los tradicionales juegos de espías.