En el teatro narcisista de la sociedad contemporánea, el yo se ha convertido en el único actor sobre el escenario. Todo lo demás –el otro, el mundo, el misterio– fue relegado a la condición de mero decorado para el interminable monólogo del ego. Así, la hipertrofia del yo no es un simple accidente cultural, sino el síntoma de una profunda enfermedad del espíritu.