Cayo Julio César, el gran militar, político y conquistador romano, fue traicionado por quien consideraba su hijo, Marco Junio Bruto. Mientras recibía una puñalada a la altura del cuello, cerca de la carótida, a pura sangre, solo atinó a deslizar aquella frase que todos conocemos: “Tu quoque, Brute, fili mi” (“tu también, Bruto, hijo mío”).