Un colega a menudo compara el consumo de alcohol y cannabis en adolescentes con una hipoteca que se firma a ciegas. Esta analogía, a pesar de su aparente simplicidad, resalta una realidad que con frecuencia es subestimada por padres, jóvenes, y por la población en general: la gravedad que implica el consumo de estas sustancias para el cerebro en desarrollo, un proceso que culmina recién a los 24 años.