Andamos todos sobrados de escándalos y faltos de genuinas provocaciones, al menos si por provocación entendemos su origen etimológico en el latín “pro vocare”, “llamar hacia adelante”. Hoy muy pocos de los discursos del espacio público nos invitan “adelante”, a lo mejor de nosotros mismos, al futuro, a conquistar las promesas, a hacernos dueños y no víctimas del porvenir.