En las últimas semanas, la Educación Sexual Integral (ESI) volvió al centro del debate público en Argentina, reavivando tensiones que van más allá de las aulas. La distribución de ciertos materiales educativos y las interpretaciones sobre los contenidos de la ESI han generado una fuerte polarización: mientras algunos sectores cuestionan su implementación por considerarla influenciada por ideologías, otros defienden su importancia como herramienta clave para el desarrollo de niños, niñas y adolescentes. Este debate, que con frecuencia se desvía hacia enfrentamientos ideológicos, plantea una pregunta esencial: ¿cómo podemos diseñar una ESI que sea realmente significativa y transformadora?