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Comunicar corre por mis venas. Desde chico, toda actividad que disfrutaba hacer implicaba hacerme oír, transmitir un mensaje, expresar lo que soy. Empezando por mi fascinación por la música, el teatro y el arte plástico, hasta soñar con ser un bailarín, cualquier forma de expresión me interpelaba cada célula que recorría la sangre del cuerpo, como si se tratara de un elixir vital. Desde que tengo acceso a internet produje una cantidad desmedida de películas independientes, pero casi igual de entretenidas que las de Hollywood. Mi opera prima: un drama western de playmobils cowboys en stop-motion. Escribía también. Redactaba en un cuaderno Rivadavia rojo, regalo de mi abuela, cuentos exóticos motorizados por una imaginación levitadora de un Zezé de 11 años.
Igual, elegir mi carrera no me resultó fácil. No lo es hoy. A pesar de que me fascina lo que estudio, me replanteo a veces si es el camino en el que debería estar. Por suerte siempre llego a la misma conclusión: el trazo de la comunicación no solo es el correcto, sino que está tallado a mi medida. Porque si lo pienso, todo lo que hago es expresar, como aquel niño que solía ser, y el que intento seguir siendo hoy.
Corte a: tiempo presente. Estoy quizás en mi auge multidisciplinario: practicando como un portfolio de actividades que complementan mi persona como medio de expresión. A través de la pintura me descubro una y otra vez. Veo al arte abstracto como mi desdoblamiento por antonomasia: es un reflejo fidedigno de eso tan sensible que ni siquiera puede ponerse en palabras, porque estaría limitándose a un plano demasiado literal.
En la escritura encuentro confort. Vomitar las cosas que me pasan en palabras es seguro el recurso más sano que tomé de la vida. Es una forma de armar y desarmar el rompecabezas de lo que me pasa por la mente. Y se siente tan frutctífero sentir el bien que florece con la compañía de sí mismo y sus palabras; la independencia de estar mejor por sí solo es irremplazable.
Uso la fotografía no solo para registrar los lugares y a los otros que me rodean, sino también para dejar un pedacito de mí revelado. Hace poco inlcuí en mi expresión la fotografía analógica experimental. Y no hay vuelta atrás. Pruebo y registro: dos acciones que deseo que sean constantes en mi vida. Me puedo quedar años pensando en lo increíble que es que, con el presionar de un botón, se queden dibujados a la perfección los cuadros a los que apunto con mi lente que permanecerán para siempre atrapados en ese plástico diseñado para capturar vida. Siento que cuando saco fotos mato lo que pasa, pues lo dejo congelado en un mismo tiempo y espacio, pero, al mismo tiempo, trasciende para toda la vida en un registro y se inmortaliza. Es una paradoja interesante.
Por otro lado, a través de la actuación entro a esos rincones que nunca podría visitar en mi rutina. Me entrego a la lógica del juego en donde nada más importa, más que soltar la mirada externa y la de uno mismo, y sucumbir a la verdad de la escena. Me gustaría estar siempre actuando; así puedo entrar en lo lúdico, ver la vida de esta forma, y olvidarme del público expectante que a veces solo me limita.
Como fragmentitos de un vitral, todas estas experiencias entre otras más, componen lo que soy y como me dejo comunicar. Cada uno de estos pedacitos se eclipsan para componer, en parte, lo que soy y me convoca. Lo que me parece más extraordinario es pensar que, aunque se forme el vitraux más lindo y complejo que la humanidad haya visto alguna vez, estaría incompleto. Porque soy, y somos, siempre cambiantes. Y ni siquiera una obra de arte tan magnífica como la de un vitral podría capturar las fragmentaciones, los múltiples colores, aristas y matices que solo se reflejan en la experiencia de hacer eso que te apasiona y sensibiliza.
Siendo una persona reflexiva, pero siempre ansioso por ver el trazo que aún no pinté, no puedo evitar preguntarme, ¿a dónde voy? ¿En qué me voy a convertir? Preguntas típicas de la juventud. Aunque le dé mil vueltas a la cuestión siempre llego a la misma simple, pero entrópica respuesta que compartiré ahora con cada uno de los inquietos que se estarán chocando con este texto. Vamos hacia el otro. Nos convertimos en nosotros.
Por Zezé Cilley. Estudiante de 4° año de Comunicación.