¿Es el “yo” un puente adecuado entre la neurociencia y la filosofía de la persona?
El concepto de persona se utiliza con diferentes significados. El término fue originalmente desarrollado en un contexto teológico, con la finalidad de profundizar nuestra comprensión de la naturaleza de Dios tal como es transmitida por la revelación cristiana, y también para designar la singularidad de los seres racionales como una imagen limitada de Dios. Luego de estos primeros debates, y a pesar de algunas diferencias significativas, la tradición filosófica occidental fue madurando y enriqueciendo su comprensión de la persona humana como un sujeto con una rica vida interior, abierto a la totalidad del ser (al mundo, a los demás y a Dios), llamado a una vida de relación y dotado de dignidad (Williams et al., 2014). El marco teológico que dio lugar a esta noción subrayó además la singularidad como un aspecto igualmente constitutivo de la persona, no sólo en el sentido de que los seres humanos superan a todas las otras especies de animales, sino en el sentido de que cada ser humano es único (Crosby, 1996; Spaemann, 2010). En este sentido, el modo de reconocer a las personas no es mediante una comprobación del cumplimiento de ciertos parámetros, sino por un tipo de comportamiento o actitud que tenemos hacia ellos (Chappell, 2011; Stump, 2013). Nuestro proyecto asume esta concepción de la persona, centrándose en la apertura de la persona humana a la espiritualidad, ya que pensamos que, entre los muchos aspectos esenciales de la persona, es uno de los que la caracteriza con mayor claridad.
Algunos de los atributos mencionados de la persona son también capturados por la noción de “yo”, que ha sido extensamente estudiada por la neurociencia y la psicología principalmente en dos sentidos: como la posesión de una experiencia subjetiva y como la construcción de una narrativa que incluye la relación con los demás (Damasio, 1999, 2010). Sin embargo, el término “yo” designa una percepción reflexiva, ya sea empírica o narrativa, más que a un individuo subsistente. Así, no responde por completo al problema ontológico de quién es el sujeto de la experiencia o de la narración, que es abordado más apropiadamente por la noción de persona. Debido a sutilezas terminológicas, las opiniones difieren en este punto (Ricoeur, 1983, 1992; MacIntyre, 1985; Taylor, 1989; Polkinghorne, 1991; Spaemann, 20102), pero se trata de algo relevante para nuestro proyecto, pues la negación de una noción robusta de persona puede tener como consecuencia el rechazo de la dimensión espiritual.
Además, la conceptualización moderna del yo a menudo se enmarca en un contexto empirista, y en última instancia reduccionista, en la que el yo resulta una realidad difícil de alcanzar. Esto ha conducido a algunos autores a negar la existencia de un yo que se distingue de los procesos cerebrales (Crick, 1995; Metzinger, 2003), cuestionando la relevancia de esta noción, así como la de persona, en neurociencia (Farah-Heberlein, 2007).
Nuestra hipótesis es que la existencia de un yo personal no sólo se puede argumentar filosóficamente, sino que también se puede sostener desde la psicología y la neurociencia. Por yo personal entendemos al sujeto de la experiencia, que posee todos los atributos de la persona. Este enfoque es importante, porque una distinción demasiado estricta entre el yo experiencial y el yo narrativo (Zahavi, 2006) podría negar el carácter de persona a seres humanos que, por razones diversas, tuvieran dificultades para expresar algunos de esos atributos.
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