Ponencia presentada en el Seminario «Persona, mente y cerebro», en la Universidad Austral, Campus de Pilar (Buenos Aires, Argentina), el 18 de mayo de 2017.
Mariano Asla
Universidad Austral
En el ámbito de la naturaleza, el éxito de cualquier especie animal o vegetal depende de su capacidad de adaptación al medio. Con un márgen de acción mínimo, el desajuste del cuerpo respecto del ambiente se paga con la muerte o con la merma de las posibilidades reproductivas. Sólo el hombre ha logrado, mediante la cultura y la técnica, liberarse en forma parcial de este constreñimiento externo, tanto adaptando el nicho vital a sus necesidades como creando los instrumentos y dispositivos necesarios para enfrentar peligros y para sobrevivir en ambientes para los cuales su cuerpo no está naturalmente preparado. De este modo, la cultura se ha introducido en la lógica de la selección natural, en contrapunto con la dimensión biológica del hombre y con el ambiente, dando lugar a una trayectoria evolutiva e histórica que es en realidad un complejo proceso coevolutivo (Laland et al. 2000).
Sin embargo, esta situación de excepcionalidad de la naturaleza humana en el concierto de los vivientes reconoce límites que derivan precisamente de su constitución corpórea y que, por lo menos hasta ahora, han resultado infranqueables. De entre estos límites que desafían la potencia y el optimismo de los hombres, la enfermedad, el envejecimiento y la muerte son quizás los ejemplos más conspicuos.
Las narrativas transhumanistas contemporáneas contemplan explícitamente la posibilidad de trascender estos límites naturales que damos por sentados. Así, el transhumanismo, aunque es un movimiento en expansión, de fronteras difusas y compuesto por corrientes múltiples y heterogéneas (Ferrando 2013), reconoce un núcleo fundamental que es la intención de aplicar las nuevas tecnologías a la modificación directa y radical de la causa de todos esos límites: la corporeidad humana. Mediante la utilización convergente de la nanotecnología, de la biología (en especial la edición génica), de la informática y de las denominadas ciencias cognitivas y neurales, los transhumanistas confían en que se podría mejorar (enhance) la naturaleza humana, no sólo a fin de extender significativa o incluso indefinidamente la expectativa de vida (Kurzweil y Grossman 2005), sino también potenciar nuestras capacidades físicas, psicológicas, intelectuales y morales (Bostrom 2017).
Este novedoso programa de autoperfeccionamiento podría analizarse tanto en relación con la evolución biológica de las especies como con las formas más habituales en las que se ha perfilado el progreso humano.
Si se atiende a la evolución biológica (en la interpretación adaptacionista clásica), las diferencias se hacen patentes. Quizás la más importante radica en que los cambios no surgirían en el organismo en forma aleatoria para luego ser cribados por el ambiente y sedimentados en un largo proceso de herencia genética. Por el contrario, las modificaciones serían el producto de intervenciones técnicas directas sobre el cuerpo o sobre el plasma germinal, instantáneas o efectivas en el corto plazo, y dotadas de una intencionalidad claramente prefijada. A causa de este carácter teleológico, algunos autores, se niegan incluso a entender este posible proceso en términos evolutivos (Askland 2011).
Del lado del progreso humano, la cuestión se torna un poco más compleja e involucra semejanzas y desemejanzas. Por una parte, hay que reconocer con Alfredo Marcos, que el anhelo de ejercer una influencia positiva sobre nuestras potencialidades es inherente a la condición humana, y ha dado lugar a actividades como la terapia, el cultivo y el mejoramiento, de las cuales la técnica ciertamente nunca ha estado ausente (Marcos 2010). Así, la técnica ha permitido el desarrollo de la medicina que tiende a conservar o devolver el normal funcionamiento al organismo, pero también ha provisto instrumentos tanto para el cultivo de los hábitos que nos potencian en la línea de lo dado, como para poder desarrollar acciones que están más allá de las posibilidades del cuerpo librado a sí mismo.
Apoyándose en estos hechos, algunos autores TH han insistido (y no sin algo de razón) en que su programa continúa o incluso se solapa con algunas formas clásicas de automodificación humana, sobre todo aquellas en las que la técnica ejerce una una influencia mayor y más evidente sobre el cuerpo (Bostrom y Roache 2008). En esa línea argumental, se señala que en muchos países occidentales la frontera entre lo biológico y lo artificial se ha difuminado en el caso del hombre (Haraway 2006), naturalizando, por ejemplo, la utilización terapéutica de las prótesis (mecánicas o electrónicas) y los heterotrasplantes, así como también la prescripción de fármacos psicotrópicos; sin mencionar las incipientes investigaciones en estimulación magnética transcraneal. En alguna medida, la técnica ya configura, de hecho, la relación con nuestro propio cuerpo, sin que percibamos en ello una amenaza a nuestra condición humana.
Sin embargo, el reconocimiento de que en el ámbito humano la dimensión natural y la cultural (técnica) se encuentran esencialmente interpenetradas, y de que en ocasiones hoy resulta difícil establecer los límites entre la terapia y el mejoramiento, no implica que estos límites no existan, ni que el TH pueda asimilarse sin más a las formas anteriores del progreso humano. Como bien observa Michael Hauskeller, en su afán de superar los límites dados y de intervenir sobre el cuerpo como raíz última de lo que escapa a nuestro control, el TH representa un menosprecio de la naturaleza y de sus dinámicas propias que no reconoce precedentes históricos significativos (Hauskeller 2016: 57).
Tomado en forma completa y en sus versiones más robustas, el programa TH propone una emancipación de lo biológico en casi en todas sus aristas relevantes. Consideraré sólo cuatro puntos.
En primer lugar, desean desvincular a la reproducción de la unión personal sexual y de la endogénesis (gestación en el útero materno), de forma tal que el desarrollo embrionario esté supeditado a un férreo proceso de selección, control y manipulación. El propósito es eliminar las enfermedades genéticas y congénitas, así como también evitarle a la mujer la carga del embarazo. Contracara: el hijo no es recibido como un don que se acoge con respeto, sino como un producto que se elige y compra. En segundo término, sugieren la necesidad de adecuar la inteligencia humana a un entorno vital que es cada vez menos material y geográfico y más informático. Esto podría hacerse mediante el uso de implantes cerebrales de tipo electrónico, que vendrían así a remedar la obsolescencia del cuerpo. En tercer lugar, se ha indicado la necesidad de utilizar las nuevas tecnologías a fin de obtener un mayor dominio sobre las tendencias espontáneas, o de potenciar características prosociales como la empatía. De ese modo, se lograrían seres humanos “moralmente bio-potenciados”(Rakić y Ćirković 2016). Finalmente, el objetivo más ambicioso sería el liberar al hombre del yugo del envejecimiento y de la muerte. Para ello, se estudia la posibilidad de operar sobre los factores genéticos del envejecimiento, o de realizar un reemplazo progresivo de los órganos biológicos por prótesis artificiales de mayor duración. Incluso, se ha llegado a especular (a mi juicio sin fundamentos racionales sólidos) sobre la posibilidad de digitalizar la mente humana y “correrla” en un soporte no biológico.
Ahora bien, ¿cómo analizar un programa semejante? En primer lugar, hay que discutir seriamente las propuestas TH, y hacerlo, caso por caso y punto por punto, sin caer en el riesgo de una visión supersimplificadora, que facilmente conduciría, ya a una aceptación acrítica y pueril ya a un rechazo cabal e indiscriminado. Luego, este análisis tendría que involucrar, por lo menos, tres ejes distintos pero relacionados: la posibilidad, la licitud moral y la deseabilidad.
En el nivel más fundamental, se hace necesario contrapesar la exagerada confianza que el TH deposita en las posibilidades de la ciencia y de la técnica. Hace falta un minucioso análisis, basado en principios filosóficos y que tome en serio lo que, por lo menos hasta ahora, conocemos acerca de las leyes del universo y de la psicología humana. No todo es posible. Hay nociones que de suyo implican una contradicción como un círculo cuadrado, un soltero casado o como la pretensión de mejorar moralmente a alguien “desde afuera”, por la fuerza, técnicamente. Un hombre se hace bueno o malo a sí mismo por el ejercicio de su libertad, y en la medida en que obra manipulado (genética o neuralmente) en esa misma medida sus actos son menos susceptibles de una imputación moral. Por otra parte, no basta con decir que algo no es contradictorio para decir que es, de hecho, posible. Quizás el mejor ejemplo sea la inteligencia artificial, que siendo casi un dogma para algunos TH (kurzweil 2000), es una tesis altamente problemática desde un punto de vista teórico y que resulta en la práctica muy debatida incluso entre los especialistas en tecnología de la información (Müller y Bostrom 2016).
Un capítulo aparte amerita la cuestión moral, que se basa en la naturaleza misma de los cambios que propone el TH. Algunas de estas transformaciones son moralmente inobjetables, mientras que otras son inmorales de suyo o sólo resultan accesibles por medio de actos inmorales. Un ejemplo de esto último sería la intención de eliminar las enfermedades genéticas y congénitas que no resulta en sí misma inmoral, pero que sí lo es cuando implica (como en el actual estado de la técnica) el desvincular la reproducción del contexto de una unión personal sexual amorosa. Tampoco pueden estar ausentes de la consideración moral las posibles consecuencias, por ejemplo, de una modificación del plasma germinal. Se ha discutido mucho, en tal sentido, que esta manipulación daría lugar a formas injustificables de inequidad social entre los genéticamente potenciados y los “normales”. Nuevamente, el análisis tendría que involucrar un descenso al detalle que no es posible en este contexto.
Finalmente, no puede darse por sentada la cuestión de si la utopía TH representa realmente un horizonte deseable. En el ámbito de lo humano no toda mejora es siempre digna de ser elegida, ya sea por los costos que trae aparejados o, sencillamente, porque a veces es razonable querer a las cosas (pero sobre todo a las personas) por lo que son y no simplemente como portadores de valores que podrían ser maximizados (Cohen 2012: 211). No sería absurdo argumentar sin renunciar al saludable afán de progreso que la naturaleza humana es valiosa en sí misma y que en muchos aspectos nos gusta tal como es. Por último, considero que frente a escenarios tan alejados del contexto vital humano como los que propone el TH, no puede sino surgir cierta reacción de perplejidad razonable. Si el programa TH resultara cabalmente exitoso, el resultado final del proceso sería un ser con escasa o nula incidencia de lo corpóreo y, por lo tanto, alguien con el cual tenemos tan poco en común que sería prácticamente inútil compararnos. En este punto, toda la cuestión de la deseabilidad se torna también un problema irresoluble.
Bibliografía
Askland, A. (2011). The misnomer of transhumanism as directed evolution. International Journal of Emerging Technologies and Society, 9(1), 71.
Bostrom, N., & Roache, R. (2008). Ethical issues in human enhancement. En New waves in applied ethics, eds. Jesper Ryberg, Thomas Petersen & Clark Wolf. Palgrave Macmillan: New Yok, 120-152.
Bostrom, N. (2017). “Transhumanist FAQ: v 3.0.” en http://humanityplus.org/philosophy/transhumanist-faq/ (consultado el 4 de octubre de 2017).
Cohen, G. A. (2012). Rescuing Conservatism: A Defense of Existing Value. En Finding Oneself in the Other. Princeton University Press. pp. 143-174.
Ferrando, F. (2013). “Posthumanism, Transhumanism, Antihumanism and New Materialisms: Differences and Relations”. Existenz 8(2), 26-32.
Haraway, Donna. 2006. “A Cyborg Manifesto: Science, Technology, and Socialist-Feminism in the Late 20th Century”, en J. Weiss et al. (eds.), The International Handbook of Virtual Learning Environments, 117–158.
Hauskeller, Michael. 2016. Mythologies of Transhumanism. Palgrave Macmillan: New York.
Kurzweil, R. (2000). The age of spiritual machines: When computers exceed human intelligence. Penguin: New York.
Kurzweil, R., & Grossman, T. (2005). Fantastic voyage: live long enough to live forever. Rodale: New York.
Laland, K., Odling-Smee, J., & Feldman, M. (2000). “Niche construction, biological evolution, and cultural change”. Behavioral and brain sciences, 23(1), 131-146.
Marcos, A. (2010). “Filosofía de la naturaleza humana”. Eikasia. Revista de Filosofía, 6(35), 181-208.
Müller, Vincent C. y Bostrom, Nick (2016), ‘Future progress in artificial intelligence: A survey of expert opinion’, in Vincent C. Müller (ed.), Fundamental Issues of Artificial Intelligence. Synthese Library- Berlin: Springer), 553-571.
Rakić, V., & Ćirković, M. M. (2016). “Confronting existential risks with voluntary moral bioenhancement”. Journal of Evolution and Technology, 26(2), 48-59.
___________________
Mariano Asla es Licenciado en Filosofía por la Universidad Católica Argentina y Doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra. Es autor del libro “La gramática moral universal: ¿Una aproximación cognitivista a la ley moral?”, publicado por EUNSA. Es Profesor adjunto de Antropología Filosófica y de Ética en la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral. También es vocal del Consejo de Ética en Medicina (CAEEM) de la Academia Nacional de Medicina. Su foco de interés es el naturalismo filosófico, especialmente en áreas como las ciencias cognitivas de la moral y de la religión y la filosofía del dolor, así como la cuestión de los universales humanos y del innatismo.