Ponencia presentada en la Semana de Investigación Interdisciplinar «Del cerebro al yo», en la Universidad Austral, Campus de Pilar (Buenos Aires, Argentina), del 31 de julio al 3 de agosto de 2017.
José Eduardo Moreno
Investigador Independiente CIIPME-CONICET
Profesor Titular Ordinario de la Pontificia Universidad Católica Argentina
La psicología «es de entre las ciencias humanas la que más cerca está de una manifestación fenoménica de lo vital-humano, y como tal puede recoger y transmitir a las demás ciencias humanas empíricas un flujo de datos e interpretaciones, teorías y certezas sobre el comportamiento de la vida humana en lo individual y lo social. Por lo tanto es particularmente apta para alentar la aspiración teleológica hacia una cierta convergencia en torno a la pregunta por el hombre; y en ese sentido es la que ofrece más oportunidades de tender puentes con una antropología filosófica renovada, … ».
Francisco Leocata (2010). Filosofía y ciencias humanas. Hacia un nuevo diálogo interdisciplinario. Bs. As.: EDUCA, pág. 297.
La psicología debe partir en sus estudios de un enfoque que tenga en cuenta al hombre como una unidad estructurada en sí misma, contra todo reduccionismo, y como unidad trascendente, abierta a Dios (Cencini Manenti, 2016). La psicología necesita considerar el hecho de la integración de lo psíquico con lo corporal, por un lado, como también con lo espiritual.
La psicología científica en sus orígenes, especialmente el conductismo, no tuvo en cuenta a la conciencia y no le asignó relevancia a las nociones de personalidad, yo y sí mismo. De modo semejante, la psicología marxista, tanto en Occidente como en la Unión Soviética, cuestionó las nociones de interioridad, identidad y espiritualidad, pretendió ser una psicología objetiva y criticó al subjetivismo.
En el siglo XX, en la psicología, comienzan diversos intentos en rescatar la noción de persona, fundamentalmente que los seres humanos son capaces de autoconocimiento y autoobservación. Los factores subjetivos del psiquismo humano tales como la imagen corporal y personal, la autoevaluación, la singularidad y la realización personal empiezan a ser considerados. Así para la psicología humanista se reconoce que la persona gira en torno a límites que se impone a sí misma y a las capacidades que tiene para ampliar dichas fronteras, de forma tal que puede crecer interiormente.
De modo semejante, posteriormente, desde posturas conductistas y desde la psicología experimental, se empiezan a incluir nociones que refieren a la interioridad y la subjetividad. Así, por ejemplo, J. B. Rotter introdujo la noción de locus of control que se refiere a la percepción que tiene una persona acerca de dónde se localiza el agente causal de los acontecimientos de su vida. Evalúa si un sujeto percibe el origen de eventos, conductas y de su propio comportamiento como interno o externo a él. Es decir que se refiere a la posibilidad de dominar un acontecimiento según se localice el control dentro o fuera de uno mismo (Rotter, 1954, 1966). Las personas con un centro de control interno manifiestan una mayor búsqueda activa de información, decisiones más autónomas y mayor bienestar.
Estas creencias de control configuran la base para el comportamiento, dado que constituyen el paso previo para la planificación y ejecución de acciones orientadas a una meta, al mismo tiempo que determinan las reacciones afectivas consecuentes, causando estados emocionales de orgullo o vergüenza.
Bernard Weiner (1986) con su teoría de la Atribución Causal nos propone un modelo motivacional. Según este modelo, una secuencia motivacional se inicia cuando una persona obtiene un resultado que puede ser positivo/éxito (cuando se alcanza un objetivo) o negativo/fracaso (cuando no se alcanza un objetivo), y como consecuencia de ello experimenta sentimientos de felicidad (en el éxito) o frustración (en el fracaso), e inicia un proceso de búsqueda causal para determinar la causa del resultado (proceso de atribución causal).
Esta teoría relaciona las expectativas para el futuro con la estabilidad de las atribuciones realizadas, de modo que atribuciones más estables sostienen las expectativas de obtener el mismo resultado en el futuro, mientras que las atribuciones más inestables producen cambios de las expectativas sobre el resultado futuro (principio de expectativa).
Las características de la atribución causal y las consecuencias psicológicas experimentadas (expectativas y emociones) influyen en el estado motivacional de la persona. Entre los actos mentales que afectan las conductas de logro, las atribuciones causales son las principales. Weiner (1974) afirma que las manifestaciones de la motivación de logro están influenciadas por los procesos inferenciales o cognitivos. Sin embargo, cabe señalar que este modelo resalta el papel de las emociones. Así un fracaso atribuido a una causa considerada como internamente controlable hace que el sujeto sienta culpa, este sentimiento puede funcionar como guía y motivador en conductas de logro.
Respecto a la interioridad y subjetividad la Psicología cognitiva y la Teoría de la Mente consideran que el hombre puede representar los estados mentales de los demás (creencias, deseos, miedos) y explicar y predecir sus conductas. Es decir, el eje central de nuestra habilidad para desenvolvernos en entornos sociales complejos es un mecanismo que, o bien mediante simulación (Goldman, 2006) o bien mediante inferencias guiadas por un corpus de información (Stich, 2003; Nichols y Stich, 2003), atribuye estados causales internos a un sujeto de modo que podemos predecir o explicar su conducta.
Al problema de cómo nos damos cuenta que los demás son seres con mente y le atribuimos deseos, intenciones, creencias si no tenemos un acceso directo a sus mentes, se lo abordó desde dos posturas: la simulacionista y la teórico-inferencial. Tales respuestas han sido denominadas perspectiva de primera y de tercera persona debido a que, en el primer caso, se resalta el acceso privilegiado a la primera persona del singular (yo) en la atribución de estados mentales a los otros (y su proyección simulada en los demás); mientras que en la segunda el énfasis explicativo está puesto en la posibilidad de atribución, mediante procesos inferenciales o teóricos, a un otro objetivado y distante, un “él”. Algunos autores consideran que pese a sus diferencias y aparente oposición, ambas suponen un mismo punto de partida: la idea de que la mente de los otros es opaca y no puede ser percibida directamente o, en otras palabras, la creencia de que no es posible tener una experiencia directa del otro (Pérez y Español, 2014).
La teoría sobre la capacidad de simular los estados mentales de otros nace o emerge de, al menos, tres habilidades innatas (Carruthers, 2011) que tienen un beneficio directo en la adaptación:
- primero, una disposición general a prestar atención a los rostros y a los fenómenos sociales;
- segundo, un mapeo cruzado entre el yo y los otros, manifiesto en la habilidad de los recién nacidos para copiar las expresiones faciales que perciben;
- y tercero, la habilidad de formular y constatar hipótesis de un modo informal o espontáneo, postulando entidades no observadas que cuenten para la explicación de lo observado con la no trivial consecuencia de testear esas especulaciones en tanto el agente recoja nueva información. De acuerdo con lo que consigna parte de la literatura existente (Carruthers, 2011; Csibra, 2010; Gopnik, 1996), los infantes son adiestrados en una continua teorización mental que termina en una completa teoría representacional de la mente.
La perspectiva de segunda persona pone el énfasis en la relación «yo-tú» y resalta que los modos básicos de estar y comprender a los otros, y a uno mismo, se basan en un conjunto de habilidades para la comprensión recíproca que se desarrolla y expresa en contextos interactivos, por ende, públicos y sociales. Asume que en la vinculación con el otro intervienen componentes que tienen una directa expresión pública, como expresiones faciales o posturales y diversos patrones conductuales. Y considera que los aspectos expresivos -como el tono de voz o la configuración facial- son percibidos como directamente significativos y constituyen la base de una reacción correspondiente que tiene pleno sentido dentro de la situación de una interacción. Lo que un sujeto hace tiene una respuesta sensible en el otro, de tal suerte que acciones y reacciones tienen los rasgos de la reciprocidad. Se destaca también que la atribución mental en contextos interactivos no sólo es recíproca sino que además los participantes se percatan de su mutua atribución, lo cual condiciona el contenido de la atribución. Lo mental no es por tanto considerado algo privado sino público, expresivo y dinámico.
En este breve desarrollo intentamos mostrar como la psicología, y en particular la psicología del desarrollo, ha brindado conocimientos acerca de la vida interior del hombre y aportado a una mejor comprensión de la noción de persona humana.
La interioridad alcanza su mayor extensión y profundidad en el hombre. La dimensión personal de interioridad hace de la persona un ser con cierta independencia frente al mundo, abierto al mundo de valores, de ideas y de sentimientos, como también hace referencia a la búsqueda constante de identidad, como el encuentro de la persona consigo misma y de ésta con los demás.
Referencias bibliográficas
Carruthers, Peter (2011). The opacity of mind: an integrative theory of self-knowledge. Oxford: Oxford University Press.
Cencini, Amedeo y Manenti, Alessandro (2016). Psicología y teología. Bilbao: Sal Terrae.
Csibra, Gergely (2010). Recognizing communicative intentions in infancy. Mind & Language, 25(2), 141-168.
Goldman, Alvin I. (2006). Simulating minds: The philosophy, psychology, and neuroscience of mindreading. Oxford: Oxford University Press.
Gopnik, Alison (1996). The scientist as child. Philosophy of science, 63(4), 485-514.
Nichols, Shuan, & Stich, Stephen P. (2003). Mindreading: An integrated account of pretence, self-awareness, and understanding other minds. Oxford: Clarendon Press/Oxford University Press.
Pérez, Diana y Español, Silvia (2014). Intersubjetividad y atribución psicológica, pp. 371-392. En Pablo Cépeda, Carla Mantilla y Paola Quintanilla (editores). Cognición social y lenguaje: La intersubjetividad en la evolución de la especie y en el desarrollo del niño. Lima (Perú): Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Rotter, Julian B. (1954). Social learning and clinical psychology. Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall.
Rotter, Julian B. (1966). Generalized expectancies for internal versus external control of reinforcement. Psychological Monographs, 80, 1-28.
Stich, Stephen P. (2003). Folk Psychology (Chapter 10). En Stich, Stephen P. and Ted A. Warfield (eds.). The Blackwell Guide to Philosophy of Mind. Oxford: Blackwell Publishing.
Weiner, Bernard (1986). Theory of Motivation and Emotion. New York: Springer – Verlag.
Weiner, Bernard (Ed.). (1974). Achievement motivation and attribution theory. New York: General Learning Press.
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José Eduardo Moreno es Licenciado en Psicología por la Universidad de Buenos Aires y Doctor en Psicología por la Universidad del Salvador. Es Vicedirector del Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Psicología Matemática y Experimental «Dr. Horacio J. A. Rimoldi» (CIIPME – CONICET) e Investigador Independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Es además Profesor Titular Ordinario de la Pontificia Universidad Católica Argentina y Profesor Ordinario Consulto Titular de la Universidad del Salvador. Especialista en psicología del desarrollo (niñez y adolescencia). Temas de investigación: a) teorías psicológicas del desarrollo social y moral; b) evaluación de valores y posturas éticas; c) motivaciones vocacionales y ocupacionales; d) autoconcepto, autoestima y relación con los pares en la adolescencia.