En una visita a una institución educativa, durante el recreo, fui testigo de una escena que hoy parece inusual: los estudiantes conversaban entre sí, reían, jugaban y, sorprendentemente, ninguno sostenía un dispositivo móvil. Era un patio lleno de rostros y voces donde cada mirada encontraba su destinatario, y cada sonrisa se compartía sin mediación de una pantalla. Esta interacción sencilla y directa resaltaba el valor de las relaciones interpersonales en su forma más pura, sin distracciones tecnológicas.