Hace poco menos de un año, los ojos del mundo estaban puestos en Qatar. La organización de un Mundial de fútbol que había generado polémicas tenía un final perfecto: el emir Tamim bin Hamad al-Thani le demostraba al planeta el orgullo de su país al ponerle a Lionel Messi una capa tradicional árabe antes de que el mejor jugador del mundo levantara la copa que tanto había buscado.