Por: Mariano Turzi, Profesor de Relaciones Internacionales de la Escuela de Gobierno de la Universidad Austral.
Existen muchas formas de clasificar los sistemas políticos, con diferentes medidas y enfoques adoptadas por distintos investigadores.
El criterio aplicado por la ciencia política es hasta cierto punto subjetivo y de hecho la disciplina discrepa sobre las características especificas a considerar o sobre si una o varias medidas reflejan adecuadamente lo que es una democracia. Medir el estado de la democracia en el mundo no es solamente una empresa científica. Tiene un impacto político, ya que determina hasta qué punto las personas gozan de derechos civiles y libertades políticas.
Hay siete principales referencias para la medición de la democracia: Variedades de Democracia (V-Dem), Regímenes del mundo (RoW), Índice léxico de democracia electoral (LIED), Polity V, Libertad en el mundo de Freedom House (FH), Índice de Democracia de The Economist (EIU) y el Índice de Transformación Bertelsmann (BTI). V-Dem, que mide de 0 a 1 la existencia de democracia, tiene a Nicaragua Venezuela y Cuba por debajo de los 0.25 puntos.
Para LIED, esos tres países son “autocracias de partido único” y Haití una autocracia no electoral. Para la ONG Freedom House, los cuatro países son “no libres”. BTI muestra a los cuatro países con un puntaje inferior a 4 en su escala de 0 a 10.
Para comparar, Argentina, Brasil y Bolivia tienen 7.7 y Uruguay 9. EIU -que también clasifica de 0 a 10- le da menos de 3 puntos a Cuba, Nicaragua y Venezuela, con Haití apenas por encima de 3. RoW clasifica a El Salvador, Honduras, Nicaragua y Venezuela como “autocracias electorales”, categoría donde también incluye a Haití. Polity V, que clasifica entre -10 y 10 le da un -5 a la Habana, un -3 a Caracas y un 6 a Managua; un punto debajo de Bolivia y uno por encima de Ecuador.
Simplemente no es cierto que todos los que estaban en la Cumbre de la CELAC hayan “sido elegidos por sus pueblos” como dijo el primer mandatario argentino. La biología con la evolución, las ciencias ambientales con el cambio climático y la medicina con el COVID-19: todas pusieron un límite a los negacionistas que desde el poder buscaban manipular la realidad en su beneficio. Cuando el poder pretende manipular el saber, debería ser contestado por la comunidad científica; que no debería prestar aval a la tergiversación de la realidad por motivos de afinidad política o conveniencia económica.